jueves, 26 de abril de 2018

VOMITANDO PALABRAS



No estoy hecha para escribir. Para escribir con estilo, quiero decir.
Más bien estoy hecha para vomitar palabras, maltratar el teclado y no pensar en lo que quien lea pueda pensar. No estoy hecha para eso. No entiendo de figuras literarias, pero entiendo de tripas. De lo que me piden mis tripas que vomite.

Hoy el tema era la sentencia sobre el caso de "La Manada". No soy juez ni se de leyes. Pero tengo derecho a opinar.
Me he acordado hoy de un episodio de mi vida del que me acuerdo de vez en cuando. Tenía quince años. Iba, con mis compañeras de internado a una discoteca light de aquellas que abrían a las seis de la tarde. Con la entrada, cada sábado, nos daban un vale por una bebida alcohólica. Y nosotras las guardábamos para pegarnos la gran fiesta cualquier día de aquellos. Y llegó el día. Si, estábamos bastante borrachas. Pero no tanto como para no recordarlo.
Uno de los chicos de la pandilla me iba detrás, pero a mi no me gustaba demasiado, aunque si que nos enrollamos alguna vez. Ese día, el chaval aprovechó que yo estaba bastante perjudicada y no recuerdo con qué excusa me sacó de la discoteca, y me llevó a una cochera cercana. Esas cocheras que ahora están prohibidas, que tenían la rampa hacia abajo y luego había una curva y estaba la puerta. Allí, al abrigo de la oscuridad, el tipo se lo intentó pasar en grande conmigo. Podría decirse que me salvó el hecho de que el chaval fuese un poco escrupuloso y no le gustase follarse a alguien que tuviera la regla, así que se dedicó a violarme la boca. ¿Que si me resistí? A pesar de estar borracha, si. Gracias a mi resistencia me llevé un buen golpe en la cabeza contra el suelo. El tío estaba sentado encima de mi, con las rodillas al lado de mi cara, o sea que solo me quedaba mover la cabeza. Como no me dejaba, me agarró la cabeza y me la sacudió contra el suelo. Me quedé más atontada aún y el tipo aprovechó. Me metió la polla en la boca y no contento con eso, me tapó la nariz con la mano. Lo que ocurrió a continuación no se lo esperaba. Yo si. Me metió la polla tan adentro que me vino una arcada y me vomité encima. Ahí me espabilé, porque pensé que me ahogaría con mi propio vómito. No podía moverme, pero al tipo le dio eso mucho asco y se apartó por un momento. Yo aproveché y entonces hice la croqueta. Salí corriendo.
No se lo dije a nadie. Y a la vuelta en el autobús alguien me dijo que me lo tenía que haber pasado en grade, porque tenía vómito en el pelo. Y me notaba palpitar la cabeza allí donde el cabrón aquél me había golpeado contra el suelo.

No sé si eso fue abuso sexual o agresión sexual. Solo se que pensaba que había sido muy gilipollas porque podía haber optado por morderle la polla y no lo hice.
De aquello hace treinta años. Y por lo que sabemos todos, no ha cambiado mucho el tema en tantos años.
Y hasta aquí la vomitona de palabras de hoy. Ha sido un mal día. Y para no variar, no tengo a quien contárselo.

sábado, 31 de marzo de 2018

ELEGIR Y DESCARTAR


Mi hija tiene miedo de ser antisocial.
Ella, que siempre ha tenido amigos y que fue la líder de su grupito.
Este es su cuarto año fuera del hogar. El cuarto año estudiando lejos de casa. Y ya, desde el año pasado, con problemas con un compañero de piso, que, por otra parte, siempre ha sido de su grupo de amigos. Este chico está estudiando criminología y creo, creemos, que terminará siendo alguna clase de asesino en serie o psicópata porque va apuntando maneras. Desde el año pasado se ha dedicado a realizar pequeños hurtos en el piso sin ninguna necesidad y acusando a varias personas diferentes. Hasta que fue pillado in fraganti. Incapaz de admitir la realidad, su nuevo entretenimiento ha sido sembrar cizaña en el entorno social de mi hija. Su crimen: haber descubierto la verdad.
Ella ahora se encuentra relativamente sola. El trabajo del verdadero culpable ha sido correr la voz de que ella le acusa. haciéndose la víctima ostensiblemente.
Y ella ahora está sola.
Hemos estado hablando esta noche después de cenar. La he hecho ver que los que no están abducidos por él y no la hablan, están acobardados por no haberla dado crédito. Y que esas personas no sirven.
Al fin y al cabo, ¿amigos? un par de ellos, de los buenos, de los que te cuentan tus cosas y les cuentas tus cosas. Un par de ellos, los demás son conocidos, colegas, o como lo quieras llamar.
Bien es cierto que yo no soy el mejor ejemplo de discrección con mis cosas, porque le cuento mi vida a cualquiera (tengo tuiter y allí ya lo he contado todo, o casi) pero también es cierto que, en mi círculo, el más pequeño, no le cuento mis cosas a cualquiera.
Ella dice que hace mucho tiempo que no tiene una conversación constructiva con alguien, que con la gente con la que se relaciona, siempre saca su lado payaso y jocoso. Y eso no está mal. Hay que cultivar el sentido del humor. Me dice que quizá no sepa. Pregunto si alguna vez lo hizo. Si, me dice. Entonces sabes, lo que pasa es que no has encontrado a las personas adecuadas. La vida es un ir y venir de personas. Algunas te dejarán huella; de otras, ni recordarás el nombre pasado un tiempo, otras se quedarán para siempre, o no, porque la vida da muchas vueltas. Y luego está tu camino, el que decidas recorrer. El camino por el que la vida decida llevarte. No es el mismo para todos. Mírame a mí. Echando raíces en la cocina. Me dicen que viva, que viaje, que visite lugares, que conozca gente... pero ¿sabes que? Ahora mismo, viajar no es uno de mis deseos. Pero a lo que voy es, que hay cosas que me preocupan a mi y a ti no. Hay cosas que me apasionan a mi y a otros no. Hay cosas que deseo y no tienen por qué ser las cosas que desean los demás.
No eres antisocial, niña. Simplemente estás aprendiendo que ser adulto significa elegir. Elegir y descartar. 

martes, 20 de marzo de 2018

JUGANDO EN LA CIUDAD

Estamos jugando por la ciudad. Jugamos a que no nos conocemos. Hoy hemos ido al mercado, juntos pero separados. Nos separaban unos pasos, él por delante, yo siempre mirándole la espalda, un par de pasos por detrás.



Se acercó al puesto de la carne y cogió el número. El sesenta y cuatro. Lo he visto porque me he acercado lo suficiente para poder rozarle la mano cuando yo cogía el sesenta y cinco. A la vez he aprovechado para poner la otra mano en su espalda mientras alargaba el brazo para llegar hasta mi número. "Perdón", he dicho. “No pasa nada", me ha contestado, mientras a su vez ponía su mano en mi cintura. Un escalofrío me recorrió la espalda y sentí cómo me ruborizaba.




Hicimos la compra, no muchas cosas, cuando jugamos a este juego no nos gusta ir muy cargados. Un poco de fruta y el pan además de la carne. Mientras esperábamos nuestro turno nos lanzábamos miradas furtivas, aunque poco a poco nos íbamos acercando el uno al otro hasta que él quedaba detrás de mí. Muy cerca, tan cerca, que le oigo respirar y su muslo toca mi trasero. Se que quiere estar más cerca, se que quiere pegarse contra mí, pero aguanta. Quiero probarle, ver hasta dónde puede aguantar y me giro un poco, como si quisiera mirar hacia la izquierda. Lo ha notado y resopla. Entonces agarro mi pelo y me lo llevo todo hacia la derecha, encima del hombro, de forma que él pueda mirar mi cuello. Después me masajeo un poco, simulando algún dolorcillo, y termino acariciándome suavemente con las uñas mientras suelto un suspiro de aburrimiento.




Ni siquiera el carnicero fileteando la ternera consigue que nos olvidemos del juego. Ahora no se dónde iremos, esperaré a ver dónde le llevan sus pasos. ¿El quiosco de prensa? ¿Alguna oficina para solucionar papeleo? No, parece que nos tomaremos un café antes de nada. Se ha acoplado en la barra, en un taburete y ha pedido un café solo. Yo me he ido hacia el final de la barra, como a tres o cuatro metros de él. Me mira mientras gira la cucharilla y se la lleva a la boca. Me está provocando. Pero yo no soy menos. Doy un pequeño sorbo a mi café y paso mi lengua por los labios, pero no le quito los ojos de encima y me está mirando con esa mirada... así que no puedo evitar morderme el labio inferior y volver a acariciarme el cuello, estoy empezando a sentir urgencia de verdad. El lo sabe porque me mira el pecho y nota como respiro más profundamente y vuelve hacia mi boca que se ha quedado entreabierta, la noto seca, y tengo que volver a humedecerme los labios. El se sonríe, se que estamos más o menos en el mismo punto los dos, cerca del de no retorno, eso es lo que buscamos con el juego. Nos deseamos sin juegos, si, pero nos encanta jugar, y a veces nos quemamos, nos devoramos con la mirada.




El sonríe y suspira, se termina su café. Me mira y levanta un brazo. Llama al camarero y le pide que se cobre también el café de la señora, señalándome. Los dos me miran y yo sonrío y vocalizo un "gracias" mientras inclino levemente la cabeza. Me sorprende que se rinda, me moría por volver en el metro o en el bus rozándole con mis pechos o mi trasero, se que le vuelve loco y a mí también, y se que alguna vez, no hemos podido llegar a casa y hemos tenido que entrar en los baños del metro... y yo pensaba que estaba excitadísimo, pero parece que se ha terminado el juego. O eso creía, porque al tiempo que el camarero le daba su vuelta, el hombre con el que yo estaba jugando, le pregunta... "¿El baño?", y éste señala justo detrás de donde yo estoy sentada. Hay una escalera que conduce hacia abajo. Esto es nuevo. Me palpita demasiado el corazón. Le veo acercarse a mí, tan seguro, tan viril, tan apetecible... Sorprendentemente, se acerca a mí y me susurra al oído..."¿Te atreves? Te espero". Decir que me ruboricé fue poco. El camarero alucinaba, porque apenas había nadie en el bar. Secaba unos vasos con un trapo blanco y nos miraba casi babeando.




Me había puesto en un compromiso. El se había ido hacia el baño y yo me quedaba con el papelón de coger el mismo camino ante la atenta mirada del camarero. Una vuelta de tuerca a nuestro juego. Mi corazón se iba a volver loco. Sentía que necesitaba bajar al baño, sentía un calor inmenso y él me había puesto a prueba. ¿Cómo bajar sin que me vieran? Imposible. A esas alturas el joven camarero no me quitaba los ojos de encima y seguramente sospechaba lo que mi hombre me había propuesto. Pasaban los segundos tan rápidamente que cada vez me alteraba más y más. Dios, lo deseaba tanto que ardía por dentro, necesitaba apagar ese fuego dentro de mí, así que sin más, todo lo dignamente que pude, bajé del taburete, me alisé la falda, cogí mi bolso, me puse el pelo detrás de las orejas, sonreí al camarero y me di la vuelta dispuesta a ver lo que me deparaba la escalera que conducía al baño.




No estaba oscuro del todo, no habría más de diez o doce escalones. Bajaba despacio, mirando hacia adelante. Y me quedé mirando las dos puertas. Sin saber qué hacer. Y no vi que había una tercera puerta a la izquierda, de allí salió el, de golpe, me agarró una mano y empujó la puerta del aseo de mujeres y echó el cerrojo. Me besó en la boca de forma salvaje, respiraba muy fuerte por la nariz y yo... jadeaba, dios, como le deseo, esto me va a matar... Pero dejó de besarme y me dio la vuelta, levantó mis brazos y los sujetó a la pared con una de sus manos. Con la otra, me apartó el pelo para poder devorarme el cuello mientras notaba como se frotaba contra mi trasero y me abría las piernas con las suyas. "Enséñame ese cuello ahora, cómo me has puesto, mi niña, juegas muy bien, pero yo te he ganado hoy". Y seguía sujetándome los brazos mientras me levantaba el jersey con la otra mano y pellizcaba mis pezones y mientras su lengua lamía mi espalda. Yo gemía de deseo, mis pechos ahora contra la pared, el azulejo frío calmaba el ardor de mi cara y notaba sus manos que me levantaban la falda y deslizaban el tanga hasta las rodillas. Oigo la cremallera de su pantalón, mientras me susurra al oído "Eres mía, y cuando salgamos de aquí quiero que sonrías al camarero, quiero que le dediques la mejor de tus sonrisas, porque eres mía y me gusta que todo el mundo te desee, aunque seas mía"




Y empezó a empujar y su sudor se mezclaba con el mío y nuestro deseo era solo uno y los gemidos nos unían... "Quiero besarte..." y me soltó los brazos, salió de mí y me dio la vuelta. Agarró mi cara con una mano y me miró a los ojos, "eres mía". Nos comíamos, nos devorábamos, sudábamos. Una de mis piernas apoyada en el lavabo. Sus manos en mi trasero, empujándome, atormentándome, robándome el alma... y después... pitidos en los oídos, jadeos y muecas de placer..."Soy tuya".




Él siempre se ríe después, y dice que a mi me resplandece la cara. "Niño, hubo un momento en que no sabía si sería capaz de bajar o no". Se ríe. "Parece que te conozco más que tu misma", me dice, ayudándome a recomponerme un poco antes de salir. Bromea diciendo que no debería peinarme, para que el camarero tenga algún detalle que contar a sus amiguetes, pero él mismo me coloca un poco el pelo. Le quiero. No puedo evitarlo. Y él lo sabe.








lunes, 19 de marzo de 2018

ME SUENA TU CARA

Estaba sentado delante del volante del coche. La llave estaba en el contacto, pero el motor no estaba en marcha. Lo tenía todo planeado. Y mientras esperaba, escuchaba música. De vez en cuando echaba un vistazo a través del retrovisor interior del coche; tambíen miraba por los exteriores, por si acaso se le escapaba algo. Había aparcado el coche estratégicamente. No era una zona con demasiados vehículos aparcados, pero estaba seguro de que no llamaría la atención. Un barrio tranquilo, con los suficientes vecinos como para que su coche no destacase. Tenía un mapa de la zona en el asiento del copiloto, desplegado, por si algún transeúnte le preguntaba si buscaba algo. Sabía sobre qué preguntar, preguntaría por un bar no muy lejos de allí. Mientras, escuchaba música. También tenía, junto al mapa, un portadiscos, que cogía cuando alguien se acercaba por la acera; parecía que estaba dudando sobre que música poner mientras se tomaba una cocacola. Estaba todo planeado.

La conocío en un chat, en una de esas redes sociales. En su perfil no había nada, y más de una vez le negó una charla debido a su norma de no atender a chicas sin foto. Quién sabe si serían chicas, chicos, locos o vete tu a saber. Hasta que un día, estando aburrido en el trabajo, aceptó el chat. Charlaron, se cayeron bien enseguida, sobre todo porque no parecía ni una mojigata ni una loba en busca de víctimas. Ella era clara y no disimulaba. Le pareció muy franca y divertida. Intercambiaron el msn, aunque para charlar por ese medio, tenían que esperar a que él saliera del trabajo. Esperaron y por la noche volvieron a charlar. Fue algo muy rápido, se caían bien, tenían buena conversación, y pronto pasaron a temas más personales. Llegaron incluso a intercambiar sus teléfonos. Se divertían juntos.

Aquel día no pensaba utilizar el teléfono. Quería verla. Ver cuánto había cambiado desde entonces. La primera noche que charlaron por el msn se vieron con la cam. Era mona. No era un bellezón, pero tenía una sonrisa sincera y abierta. O quizá se dejó llevar por los buenos ratos, por la buena charla. Pronto empezó a desear conocerla. Quería saber cómo sonaba su voz en directo, cómo eran sus ojos, por la cam apenas se aprecian esos detalles. Si era pecosa, si le brillaban los labios, a qué olía... cálida era, y mucho, podía notarlo en la distancia.

Allí, sentado en el asiento delantero de su coche se dio cuenta de que no sabía sus costumbres. Es lo que  habían querido, es lo que pactaron. Encontrarse, si, y luego, desaparecer. Hasta en eso pensaban igual. Nada de complicaciones, nada de líos, nada de romanticismo, nada de nada. Un encuentro, nada más.

No tardó mucho en llegar ese encuentro. Y fue bien, demasiado bien. Ella era tan cálida como parecía, sus ojos marrones, claros y sinceros. Sus labios finos y apetecibles, su pelo suave y su piel... su piel. Aún recuerda el tacto de su piel.  Pero lo que mejor recuerda es su risa.


Es mediodía, un día de primavera. El GPS de su coche le ha llevado hasta la puerta de su casa, como aquella primera vez. Ahora espera a unas docenas de metros, con el coche parado, pero ve perfectamente el bloque de pisos. No recuerda que piso es, porque ella le esperó en el pueblo de al lado y desde que metieron los coches en el garaje se dejó llevar por el ascensor y no recuerda que piso era. Pero está seguro de que es ahí.
Ella le dio la dirección, calle y número y nunca se animó a borrarlo del GPS. Quién sabe...
Y ahora estaba ahí, esperando.

Después de aquél encuentro, aún charlaron por el msn, comentaron el encuentro, llenaron sus egos y poco a poco se fueron distanciando. Hasta que un buen día dejaron de hablar.

Y fue hace un año cuando decidió volver a verla. Y no llamó y se presentó en la puerta de su casa y esperó, pero en la misma puerta. Algo le decía que sería bien recibido, algo le decía que tendría suerte. Y acertó en algo. Tuvo suerte. No tuvo que esperar mucho tiempo para verla aparcar el coche, justo detrás del suyo. El esperaba fuera, de pie, apoyado en su coche, con el teléfono en la mano, dudando entre irse corriendo, llamarla por teléfono... y la vio llegar, vio su coche y empezó a transpirar. Guardó el móvil en un bolsillo del vaquero y disimuladamente, se limpió el sudor en los mismos pantalones. "¿Dónde tendré las toallitas húmedas? maldita sea..." Y armándose de valor, se acercó a ella, que salía del coche buscando algo en su bolso. ¿Vendrá de trabajar? ¿De tomarse un café con los amigos? No sabía nada de ella. Y empezó a sudar aún más.
-Hola, guapa.-acertó a saludar. Temblaba.
Ella levantó la vista sin dejar de buscar algo en el bolso.
-Perdona, ¿es a mi?- y miró detrás buscando a alguien que pudiera ser el destinatario del saludo.
-No te acuerdas de mi- no fue una pregunta, era una afirmación. Había sido una de las hipótesis que había manejado mientras sopesaba la conveniencia de ir a verla o no, pero hacía tiempo que empezó a rememorar aquellos días y se dijo que no podía ser, que no podría haberle olvidado. Lo pasaron bien y se rieron mucho. No podía ser, pero por lo visto, era. Ella no se acordaba.
-Pues me suena tu cara, la verdad, ¿me das una pista?
¿Había mayor humillación?
-Soy David, vine una vez, hablábamos por el chat en aquella página y luego por el msn y quedamos un día, ¿no te acuerdas?
- David, David... me suena... pero David, yo ahora ya no voy de ese palo, lo siento, y, además no se como has venido sin avisar,  es que me viene fatal ahora, ando con prisas, vengo de currar y la verdad es que me tengo que duchar y volverme a ir. Si me hubieras llamado... podría haberte invitado a un café.
- Ya, no pasa nada, es que pasaba por aquí cerca y pensé en acercarme a decirte hola, pero ya me tengo que ir. Bueno, cuídate. Chao.

Se dieron dos besos y el se montó en el coche. Giró la llave y el motor despertó. Miró por el retrovisor y vio como ella volvió a buscar aquello que no encontraba dentro de su bolso. Mientras metía primera y señalizaba para salir del aparcamiento, notó cómo le daban golpecitos en el coche. Puso el coche en punto muerto y sacó la cabeza por la ventana.

- David, de Salamanca, no te gustaba el café, pero si la cocacola. Me dejaste temblando la nevera. Ya me acuerdo. Buen viaje, David, quizá otro día...- Y le lanzó un beso con sonrisa.



"Maldita sea", pensó mientras volvía a escudriñar por el retrovisor. "Si al menos se hubiera acordado de mí...no estaría aquí". Esperaba. Esperaba a verla llegar. Era más o menos la misma hora que aquel día. En teoría debía de estar a punto de llegar del trabajo. "Ojala hoy tampoco me recuerde". Esperaba.

Y ahí estaba, ese utilitario cochambroso. Aparcando en la acera, un par de docenas de metros más atrás que el suyo. "Calcula" se dijo a si mismo, "calcula bien". Y cuando vio que ella bajaba del coche, como aquella vez, también buscando algo en el bolso, se apresuró a salir del coche, tenía que llegar al portal un poco más tarde que ella, pero lo suficiente para poder aprovechar que abría la puerta para colarse. Así que se dio prisa. Afortunadamente ella siempre tenía el bolso lleno de cosas y le costaba  encontrar las llaves. Según se acercaba con paso firme, la vio encontrar las llaves, cerrar el coche, y dirigirse hacia el edificio. Iba bien, así que aminoró el paso o llegarían al mismo tiempo.
Era un barrio tranquilo, ni siquiera se dio cuenta de cómo el puso el pie entre la puerta y el quicio para que no se cerrase,  iba ciega sin pararse a mirar, sin darse cuenta de que la puerta no se había cerrado detrás de ella. Abrió el casillero del correo mientras él se asustaba porque no había pensado en ello, y se quedó quieto, inmóvil, sujetando con el pie la puerta para que no se cerrara, ella estaba de espaldas, lo único que pensó era en la posibilidad de que alguien le viera, parecería lo más sospechoso del mundo, con una pierna estirada, pegado a la puerta y quieto como una estatua. Pero no pasó nadie. Cuando ella cerró el casillero del correo, se dijo que ya era hora de entrar. Y sacó las llaves de su propia casa haciendo ruido con ellas, para simular que abría, entró en el recibidor, y se acercó al ascensor. Pulsó el botón. Ella se había acercado también, pero no reparó en él, ni siquiera saludó, estaba muy ocupada mirando el correo.
Con un pitido, el ascensor llegó  a la planta baja y se abrieron las puertas. Educadamente, cedió el paso a la chica, que agradeció con un tímido "gracias", entró y pulsó el piso número siete. Sin levantar la vista del correo, preguntó "¿a qué piso vas?". El contestó. "Al sexto, gracias". "Perfecto, todo está saliendo incluso mejor de lo que yo pensaba. Esto va a ser fácil."

Cuando el ascensor llegó al sexto piso, se abrieron las puertas y se dijeron hasta luego. Sabía que a la derecha estaban las escaleras y rápidamente subió el piso que le quedaba y esperó a que llegara el ascensor. Se escondió en el tramo que subía hacia arriba. No le vería estando ahí y esperaría a que ella misma abriese la puerta del piso. Recordaba ese felpudo. Ahí era. Solo había estado una vez, pero no visitaba pisos de chicas estupendas muy a menudo. Podría decirse que esta aventura le marcó, sobre todo porque ella había dejado de saludarlo poco a poco y  porque en aquella desgraciada visita no le reconoció. No quería parecer desesperado y no quiso presionarla por el msn, así que dejaron de hablar, pero fue culpa de ella. El seguía acudiendo a su perfil cuando se sentía solo y tenía ganas de ella, y veía como hacía amigos nuevos y se moría de celos cuando pensaba que cualquier noche ella estaría yendo a buscar al amante de turno al pueblo de al lado. No podía soportarlo.
El pitido del ascensor volvió a apartarlo de sus pensamientos. Sudaba otra vez. No podía controlarlo. Estaba notando como cada respiración hacía correr más aún la adrenalina por sus venas y notaba palpitar su corazón en las sienes y el cuello. "Tu te lo has buscado, eres una irresponsable, tienes poco tacto, no me ha gustado que me trates así, tu te lo has buscado, nena". Otra vez un tintineo le espabila. Son las llaves girando dentro de una cerradura. Asoma por la esquina y la ve, de espaldas y vuelve a recorrer su espalda como aquella primera noche. "Ella me dijo que era agradable que alguien se quedase más allá de las dos horas de rigor, que era agradable dormir al lado de alguien, eso me dijo, eso me dijo y luego ni se acordó de mi". Estaba enloqueciendo a medida que giraba la llave. Estaba a un cuarto de vuelta de tenerla de nuevo. Solos los dos, otra vez, tendría que recordarle, tenía que recordarle, IBA a recordarle. Ya está. Está abierta. Un momento. Ahora duda. ¿Habrá alguien dentro? Quizá viva con alguien. Quizá ese perro que tenía, ese cachorro, sea un perro enorme que le ataque en cuanto entre por la puerta. Son más de tres años de aquello. No se acuerda de la raza, no le gustan los perros, no entiende de perros. Ella está entrando, es ahora o nunca. Pues es ahora.

Y de un salto irrumpe en el descansillo, justo al momento, ella le ve y se asusta, y trata de cerrar la puerta, ya está dentro, pero aún no ha cerrado. Y el termina de abrirla de un buen empujón que hace que la puerta se abra estrellándose contra la cara de la chica. Ni siquiera ha gritado, ha caído hacia atrás con la cara ensangrentada. Perfecto. Entra en el piso y cierra la puerta tras él.
Entonces se acerca a ella. Está medio desmayada, con los ojos casi cerrados, pero mueve los brazos como queriendo tocarse la cara. La sangre de la nariz se le va hacia los oídos y gime debílmente. "Pobre...- piensa- esto es solo el principio"
-¿Te acuerdas de mí ahora?- no grita, está muy cerca de su cara, agachado, mirandola- ¿te acuerdas? Te aseguro que no me vas a olvidar. 

VOMITANDO PALABRAS

No estoy hecha para escribir. Para escribir con estilo, quiero decir. Más bien estoy hecha para vomitar palabras, maltratar el teclado y ...